martes, 20 de enero de 2009
cuanto deseaba estar junto a ti…!
Good night my love… cuanto deseaba el estar junto a ti…
No se me ocurre hasta el momento otra frase, aunque siempre me pasa lo mismo, puedo ensayar un discurso por días enteros y al último memento se me olvidan las palabras y termino por decir algunas veces palabras mejores, y, algunas otras veces, era mejor decir las que tanto había ensayado.
Hoy camine a casa mas que de costumbre, volví a hacer algunas cosas que hace varias semanas que había dejado de hacer, compre una paleta de hielo sabor tamarindo, y tome plaza en una banca de uno de los parques de esta pequeña ciudad, el sol brillaba sobre un cielo limpio y azul, los niños corrían por todo el parque, por allí una madre histérica gritándole a sus angelitos que ya es tarde y que tienen que irse, los diabólicos niños no dejan de correr, pero nada de cuidado, nada que un zape de parte de su señora madre no pueda solucionar pacíficamente, y yo sigo deleitándome con mi paleta de tamarindo, el sonido que produce el agua de la fuente me distrae un poco de la observación del entorno, a lo lejos llega el eco de una música, el recuerdo de un danzón recorre en cálido silbido cual brisa de mar mis orejas, mientras cierro mis ojos le pego una mordida a mi paleta y pienso en las corrientes eléctricas que recorren desde la punta de mi lengua hasta el lóbulo témporo-occipital del cerebro y este a su vez me hace saber que lo que degusto en ese momento esta muy sabroso, enseguida, abro mis ojos, y ahí viene ella en su menudo caminar sus cabellos sueltos al aire como siempre me han gustado, en ese momento me ataca la duda de saber si el color del cielo es más hermoso que el color de sus cabellos, sus caderas llevan naturalmente el ritmo del danzón que por alguna razón ahora suena más fuerte y claro, ella se da cuenta que ya la estoy mirando y sonríe y entre cierra sus ojos, se acerca hacia mí, sin decir palabra alguna extiende su mano hacia mi y yo la tomo sin temor y levanto mi mortal cuerpo, ella me toma la otra mano y la lleva a su cintura y me comienza a mecer en el suave ritmo del danzón, uno… dos… tres y cuatro… uno… dos… tres y cuatro… me va marcando el compás para que este bulto de polvo viva y reviva en cada movimiento y mientras me dejo llevar por los suaves movimientos que son como el vaivén de las olas del mar, ella comienza a decirme cosas al oído, cosas que “no repetiré jamás” como reza aquel bolero. El tiempo transcurre como transcurrió el mandato de Fidel sobre la vieja, tan lento como la cuaresma, tan suave como la oscuridad de la noche, así como en la escena del monolito en Odisea 2001, solo que de fondo sonaba un danzón… danzón sin nombre… ¡Buenas noches mi amor… cuanto deseaba estar junto a ti…!
Ahora que el frío de invierno cala los huesos con mayor fuerza…
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